Pasado el Barrio Francés

El perfume podrido de los magnolios tras el aguacero,
los melocotones bajo el sol,
el olor a madera y al cuero de las cubiertas de laBiblia
a sudor, alcohol, cocinas abiertas...

Pasado el Barrio Francés cruzando los raíles del tranvía a la calle Deseo
las casas de tres plantas de ladrillos de vivos colores dan la bienvenida
con la ropa blanca colgada de tendederos como banderas y guirnaldas.

Borrachos con cerveza en la mano escrutan al forastero en silencio
negros fumando juegan a los dados en una esquina
y un grupo de mujeres cotillean algo sobre un vecino y su querida yanqui.

Y el hombre cabizbajo que espera algo sentado sobre unos escalones
se dice a si mismo mientras se frota la muñeca izquierda
:
"Me dueles vida como una cicatriz por curar
y ya no sé que nuevo invento usar
ni cremitas ni ungüentos me sirvieron de nada
y ahí estás como pétalo de amapola
sonriéndome ancha y con más ira sobre mi piel.

Me dueles vida tanto como te debo doler yo a ti
y sin embargo ninguno tenemos el valor de dejarnos ir
Pero hay más que no nos hallamos dicho
Hay algo más que no nos hicimos
siempre con la esperanza de no ver al otro sufrir..."

Porque pasado el Barrio Francés la cadencia del tiempo atrapado
en un viejo Sur derrotado mil veces pero sobre todo ganador
en la constancia anacrónica de un viejo estilo de vida honrado y temeroso de Dios
no puede cambiar por más años que devoren los siglos venideros.

Y una señorita rubia de blanco vestido de finas telas piensa:

"El tiempo pasa y el viento se lleva la luz
calma mi sed la lluvia pero ahí sigues tú
Qué nuevo destino me deparará mañana?
Qué nuevo horizonte deberé cruzar
para que aburrida me dejes de una vez?"

Y es que antes de llegar a Deseo todo es posible.

Y Papi un anciano negro con bombín se acerca al hombre de los escalones
y después de saludarse cortésmente e intentar abordar algún tipo de conversación
éste llora desesperadamente con el rostro hundido en sus manos, y Papi empieza a cantar:

"Me dueles cada segundo aún cuando se me olvida de tu existencia
me dueles constantemente a pesar de tu inabarcable ausencia
ya no sé que hacer con la herida que me recuerda mi dolor
eres una herida que no termina de gangrenar y eso me preocupa
maldita vida vete lejos pero por favor hazlo despacio, muy despacio..."

Un grupo de niños corren hacia la plaza y un perro va detrás de ellos ladrando excitado.
Los hombres empiezan a llegar al barrio tras un duro día de trabajo
hablando del partido de ésa noche, del día en la fábrica y de la cena.

De la ventana de uno de los pisos bajos cerca de la parada del autobús que lleva al centro
salen las primeras de O Death de Ralph Stanley.
Y al señor Dankin vecino de enfrente le debió de parecer demasiado triste y puso en su viejo tocadiscos
el At Last de Etta James triste pero un poco más positiva.

El señor William Clark Dakin III, hijo del Coronel Dakin, héroe donde los haya,
sale al porche de su mansión, en otro momento casi palacete de ricos hacendados
hoy carga llena de fantasmas y deudas con nieto octogenario soltero escritor
y buen bebedor de whisky, para como todas las tardes escribir un nuevo capítulo
a su interminable novela sobre las inagotables historias de la familia Dakin
mientras fuma lentamente de su pipa y ve a los vecinos pasar mientras les saluda delante de la valla blanca.

Pasado el Barrio Francés cruzando los raíles del tranvía a Deseo
las casas de tres plantas de ladrillos de vivos colores te despiden (siempre cortésmente)

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