El hombre que fue rey


Para Mar, súbdita de Redonda



Si la localización geográfica de la Isla de Redonda no se situara en las Antillas, bien podría estar en una de las islas del Pacífico Sur donde vivió “El Contador de Historias” Robert Louis Stevenson o, en su defecto, podría ser uno de los pueblos excéntricos del condado de Yoknapatawpha, en Mississippi, que por alguna razón Faulkner jamás nombrase.

También he llegado a pensar que el Reino de Redonda existe en una leyenda celta, como un Brigadoon irlandés, entre Sligo y Dublín: que aparece y desaparece entre brumas una noche cada cien años. Un lugar que se mencionara en un relato fantástico que nunca escribió Yeats o en alguna anécdota familiar de Joyce en la sobremesa.

La superficie de la Isla de Redonda abarca desde la primera frase de "Los dominios del lobo" hasta el punto final de "Tomás Nevinson".  Miles de kilómetros cuadrados, regiones muy diferentes entre sí, desde los parajes nevados de las montañas, los valles y colinas siempre verdes salpicados del rojo de las amapolas, los campos amarillos como el sol de cereales y árboles frutales de todo tipo, hasta los angostos arrecifes de roca esculpida por el mar bravío o las playas de arena blanca de coral, todo ello delimitado entre sí por capítulos o artículos. Las regiones son sabiamente gobernadas por cada uno de los duques nombrados en persona por el monarca, a saber: el duque de Caronte y Maestro del Real Hipódromo, la duquesa de Ontario, el duque de Trémula, el duque de Desarraigo, el duque de Malmundo y Poeta Laureado en Lengua Española, el duque de Vértigo, el duque de Megápolis, el duque de Brazzaville, el duque de Corso y Real Maestro de Esgrima, etc., hasta cuarenta y dos actualmente.

La última vez que se reunieron todos fue por el funeral del último y todavía llorado monarca. Cabizbajos, con paso lento y sentido, siguieron al armón tirado por ocho corceles negros, donde yacía el ataúd cubierto con los colores de la bandera del Reino de Redonda: azul como su cielo limpio, verde por sus vivos campos y el marrón de la tierra fértil abundante de vida. Hasta llegar al antiguo panteón real, de piedra verde musgo, donde reposará para la eternidad su cuerpo de hombre y comenzará la leyenda del maravilloso "Contador de historias".


Epílogo

A su espalda la biblioteca, asomado a los balcones de la Plaza de la Villa, silbando la melodía de la Canción de Lord Rendall, el hombre que fue rey, el joven monarca observa su Reino de Redonda, tal y como el fantasma del capitán Daniel Gregg divisaba los barcos que surcaban el mar, recordando el tiempo cuando fue mortal. 


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