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El hombre que fue rey

Para Mar, súbdita de Redonda Si la localización geográfica de la Isla de Redonda no se situara en las Antillas, bien podría estar en una de las islas del Pacífico Sur donde vivió “El Contador de Historias” Robert Louis Stevenson o, en su defecto, podría ser uno de los pueblos excéntricos del condado de Yoknapatawpha, en Mississippi, que por alguna razón Faulkner jamás nombrase. También he llegado a pensar que el Reino de Redonda existe en una leyenda celta, como un Brigadoon irlandés, entre Sligo y Dublín: que aparece y desaparece entre brumas una noche cada cien años. Un lugar que se mencionara en un relato fantástico que nunca escribió Yeats o en alguna anécdota familiar de Joyce en la sobremesa. La superficie de la Isla de Redonda abarca desde la primera frase de "Los dominios del lobo" hasta el punto final de "Tomás Nevinson".   Miles de kilómetros cuadrados, regiones muy diferentes entre sí, desde los parajes nevados de las montañas, los valles y colinas siemp

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