Maribel vuela

                                                 Para Maribel



Salió del humilde y orgulloso barrio de las Sindis
para recalar en un apartamento compartido con otras tres chicas
cerca de la cuarta calle que da tal nombre a la plaza.
Cuida de un par de plantas en la pequeña ventana de su habitación que la recuerda
lo lejos que está de su tierra pero lo fácil que es llevarla a semejante ciudad.

Y es que la gente aquí va siempre con prisas y cabreada
desde por la mañana parece que nadie quiere degustar el segundo de luz gratuito
o si el Invierno despeja un cielo de nubes para un añil nuevo
y el sol y las flores. Y de nuevo una punzadita en su corazón
desde las dehesas donde claman al cielo la fatiga de quien trabaja bajo las encinas.

Y ella sale de casa con su bloc de dibujo bajo el brazo
con los ojazos bien abiertos y una sonrisa discreta pero sincera
descartando que será hoy lo que trace con sus lápices
qué de tantas posibilidades será la que perpetúe sobre el papel.
Un nuevo día se enciende y extiende para ella durante unas horas de quebradiza luz.

Y de noche el sonido se transforma en un sordo murmullo
que enfría el cemento y cubre los cristales de una tristeza tan parecida a la soledad
donde la ciudad recuerda lo que fue ayer y en minutos se desentiende
ante tanto nuevo y extraño pero que sus latidos no reproduce.
Nadie la espera para bailar y quién lo necesita si puede sentir como crecen sus plantas dentro.

Más vale sola que mal acompañada y no es momento para cuidar de críos
de veintitantos con la farsa a medio hacer y una careta a medio poner
manos de pulpo en tierra que sólo hablan la lengua de las almejas.
No, mejor sola, por lo menos por ahora, mañana ya veremos
y sin querer entre amigos en un bar empiezan las caricaturas que desvelan las verdaderas personas.

E intenta vivir lo que no vivió con ferocidad
y en su mirada brilla la sabiduría de una cortesía sin desplante
pero con las armas a punto y el escudo bien sujeto.
Si su mente navega tras las nubes en la estela de un pájaro libre
sus pies siguen bien clavados a la tierra mortal.

Sólo quiso aprender a volar y abrió una ventana y miró las estrellas tan cerca
que se vino a la capital para probar la resistencia de sus alas de cristal
a pesar de las afiladas mentiras las punzantes traiciones la suavidad del amor y la amistad
y el viento gélido las cubrió de escarcha y lo que fue aprendiendo las convirtió en diamante.
Pero por dentro late el furioso corazón de una flor cuando se acerca la Primavera.

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