Invierno, Madrid 2#




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Huelen el cemento frío y el platanero de indias
exiliado de sus tierras exóticas para adornar un bulevar
de oficinas de acero y cristal entre coches
y humo de calefacción como mensajes de nuestra tribu
pintan el techo nada transparente
de esta ciudad tan cruel como hermosa tan golfo y sensible.

Pasear por las calles con los puños hundidos en los bolsillos del abrigo
ya si cabe deformados por libros y otros enseres del poeta
solitario y perdido en mitad de la urbe que destella y grita
siguiendo los pasos quizá de otros que antes hicieron el camino.


Es difícil encenderse un urgente cigarrillo pero siempre necesario
para la observancia y la reflexión de lo que pasa alrededor:
desde las marquesas de Recoletos hasta las putas de la Montera y Villaverde
cada vez menos de aquí para ser más de allá, como las marquesas, si quieres,
creando cuadros exóticos como los de Gaugin o Rousseau,


o íntimos retratos siempre desnudos de genitales hinchados como en Schiele,
con tanta tristeza en sus ojos y con la falta de cariño en tan pálida piel.
Huelen a la distancia a perfume barato, aceite de coco y lágrimas,
siempre como en esta ciudad cuando la ves en su intimidad, a solas;


o aquellas guiris rubias en sandalias de tez rosada
que pasan entre autobuses rojos ardientes como teas
con esa cierta altivez ante el que las mira, observa, invita
para al final fantasear frente a ellas y a su indiferencia.


Y las librerías o en su defecto sus escaparates donde uno siempre para
y se recrea en los libros allí expuestos para ver las novedades
e intentar encontrar algún amigo al que elogiar o algún conocido al que criticar.
Uno ya renuncia a ver su propia obra raquítica comparada al de los maestros
y ya a estas edades, debo resignarme a la vanidad y al ego póstumo.


Lo dicho, en esta ciudad en Invierno gris muy fría y solitaria,
es por extraño que suene en el país de la chirigota y el escándalo
el ruido el fuego y el escarnio, cruel como es, al recogimiento
de los grandes nombres y al devoto auxilio de los más allegados y su hospitalidad,
porque sobrevivir o sobre vivir sólo se hace en paz con uno y en sueños placenteros.


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