manuscrito perdido



Compañeras de Calíope aguardan en sendas bolas de cristal sobre el mármol que hay encima de la chimenea.
Cuando paso delante de ellas me ruegan que las libere de su prisión de cristal. No desisten tras tantos siglos implorándome. Saben que nunca lo haré mientras que de mi dependa, no puedo... No quiero.
Tuve que luchar frente a fuerzas terribles e inimaginables para poder capturarlas y hoy dentro de esas burbujas de cristal en mi salón son uno de mis tesoros más preciosos.     
Y no sólo por poder verlas, desnudas en toda su belleza ante mi, no, sino por aquello que me aportan que nada ninguna sustancia ninguna droga o estímulo sería capaz de motivarme de tal manera como lo hacen ellas. Nada, les aseguro, absolutamente nada sería capaz de hacer que éste mediocre escritor pudiera escribir novelas maravillosas perfectas y de culto en tan solo una semana. Me aportan me inspiran me subyugan y atrapan de tal manera que no puedo dejar de teclear ante el ordenador hasta que terminen. Pero quieren saber lo más curioso? No corrijo. No. Ni tan siquiera las releo. Las termino y se las paso a mis asombrados editores que sólo saben poner ceros en mi cheque y darme todo aquello que yo quiera.
Son hermosas, muy hermosas. Y que conste que no pongo que están buenas o macizas o yo que sé.
No, éso sería una grosería contemplando tal belleza inhumana. Y ahora es cuando debería hablarles de lo peor. Frotando alguna de esas bolas de cristal con cuidado y recitando cierto poema en no sé que lengua, ellas se liberan de su prisión tomando un tamaño humano y ante el miedo y el desconcierto incapaces de moverse quedan ahí en el suelo ante mi, ante el lobo depredador.
Es absurdo seguir explicando lo que hago con ellas en esos momentos si ni tan siquiera han creído que tengo a mis musas en bolas de cristal. Y estúpido, lo sé. Pero se lo tenía que contar a alguien después de ciento ochenta y nueve años.
Sea quien sea, aquel que me lea espero solamente que me entienda....



                                                   Afectuosamente Suyo

                                                               P. B. Shelley


                       Septiembre  22: 1820

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