La Maga







Eres mi Maga en Madrid, apareces como una silueta de luz al final de la calle

y yo te volvía a encontrar sin saberlo en ciertos lugares escondidos, montículos de arena frente a horrendas catedrales, restaurantes donde se producían silencios gozosos con la boca llena, por jardines con letrero y aun así escondidos, estaciones frías, calles del centro: el rastro de tu sonrisa sigue intacta, todavía se puede seguir.

Eres mi Maga sin París y sin Londres, seguro estarás entre las paralelas, horizontales, perpendiculares, tramos de un callejero de Madrid y sus distritos, agachada con algún gato callejero hipnotizado, controlando las ganas irremediables de abrazarlo, cuidarlo, acariciarlo darle compañía y amor. Y ella se frustra y sigue caminando mirando las puntas de sus pies. Y llueve, levemente. Y la lluvia según que tipo me recuerda a mi Maga, en cada tipo de lluvia hay una anécdota, una historia una vivencia verídica o inventada.
Mi Maga estás conmigo cuando ciertas canciones espantosas me dan nostalgia, y veo tus miles de rostros y de palabras cuando me escribes tu estado: mal, siempre mal. Tus sonrisas me están vetadas. Y recuerdo, tus gustos musicales, de literatura, de cine o de arte o de todo, siempre tenías una opinión lista y a punto para todo. Y yo sonreía y entraba al trapo a la  batalla dialéctica, duelo desequilibrado, yo en inferioridad. Siempre terminaba conmigo de morros y tú riéndote de mi enfado. 
Nunca pude resistir el deseo egoísta de verte donde era imposible que estuvieras. De una manera tramposa me creaba una historia donde aparecías con relajado caos, como una brisa fresca que revolotea y remueve el polvo. Donde era vil e indecente verte, como por las mañanas desayunando y hablando en franco diálogo descontrolado, con aroma de café de caramelo y pelo de gato inexistente y el humo de mis cigarrillos. Tras la ventana se puso a llover.



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