Sobre la memoria de las sombras #1

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Lo vio claro frente a su ventana. El cristal empañado, llovía y hacía frío. Con un café en la mano, en el escritorio donde se secaba la rosa, regalo de su novio, hizo una lista detallada de los pasos previos, los preparativos y en cuanto tiempo lo tendría todo listo.
Fue chequeando el inventario y apuntando en su agenda las citas y direcciones. Otra historia era el dinero por el tiempo que tardaría el banco en tener listo el cambio de divisas. Una de las pocas ventajas que tenía el país a donde iba, era que salía ganando económicamente: Bienvenida al tercer mundo rostro pálido!

Lo vio claro, bueno, si, pero tardó en atreverse a reconocérselo como una realidad factible; otra cosa sería si locura o no,  y un poco más en dar el primer paso.
Se hizo por fin el corte de pelo que nunca se atrevía, Fue sola o acompañada a comer a los mejores restaurantes de la ciudad, que le daba dolor pagar el cubierto, dentro de sus posibilidades y, una tarde en el centro de la ciudad, se tatuó un pájaro volando entre la espalda y el costado, con la sombra de sus costillas como una jaula abierta. Sin dar muchas explicaciones vio, a lo largo de una semana apretada de trabajo, a toda la gente que le importaba para internamente despedirse de cada uno y darles las gracias o arreglar cuentas pendientes.

Guardó en su mochila solo la ropa necesaria, artículos de higiene, un cuaderno, un libro y se despidió de su gato del que su madre al día siguiente se haría cargo hasta su regreso. Comprobó que llevaba la documentación, el pasaporte, dinero, el billete de avión y un punzante dolor de estómago.
De madrugada, en un largo bostezo, cerró la puerta de su pequeño estudio e iniciaba el que tendría que ser su mayor salto de fe en su vida, un punto de inflexión y trascendencia, de saber quien y que era y que quería. El viaje, la trascendencia del cambio, valiéndose ella en otro entorno con sus medios. Nada más, claro. 

Desde la ventana del taxi fue despidiéndose de su portal, su calle, su tienda de alimentación asiática, el pequeño parque, los bares de su barrio con sus abuelos de barra, el obrador con su olor a pan y bollos recién hechos, el olor del frío mañanero y del café para llevar. Algo asaltó su mente, y buscó por su monedero su mochila por todos los lados y bolsillos. Abrió su cuaderno y ahí estaba. Una fotografía Kodackrome, nochevieja finales de los noventa, de izquierda a derecha su hermano el matemático, su madre y ella. Lo gracioso de la foto es el sandwich que hacen en un fuerte abrazo entre ellos a la madre en medio. Aquella época fueron malos y muy duros años pero siempre había tiempo y ganas de hacer el tonto. Ahora sabe que era la necesidad de saber lo que cuesta una sonrisa. Luego vinieron los chicos, las chicas, el trabajo y la vida, simplemente, la vida. 

..... (Continuará)






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