Vayámonos lejos










Vayámonos lejos de estos confusos edificios enfermos: donde la montaña esconde su cara más oculta aquella que quema y produce ampollas en los pies, hacia lo abrupto de la sonrisa de la naturaleza, en donde reside esta libre y salvaje, cerca de donde una vez cayeron algunas estrellas y desde entonces entre rocas emana el agua en cascada entre las piedras y la vegetación más salvaje.

Déjame observarte bajo un dosel de ramas, sentada en una roca con los pies dentro del río y el agua abundante ahora en mayo, cristalina, dolorosamente fría; tú de negro y sonriente, me haces señales con el brazo o me lanzas besos, con la voz de Keats como si trepara por tu pierna, con el dolor de no poder revivir estas otras primaveras.

Cuando lleguemos lo primero que haremos será construir una pequeña iglesia románica de grandes piedras blancas de la zona de granito de Guadarrama, y la luz entrará por las ventanas estrechas, casi secretas, runas prohibidas para la lucidez de los ojos profanos o básicos, los que tomaron la pastilla azul, feligreses de la corrección de los hechos, la consumación de un destino prescrito de antemano con las mismas faltas de ortografía como autentica herencia.

Una iglesia dedicada a la diosa Hécate, a la Virgen María en francés y a la madreselva que trepa sobre todas ellas por los muros de piedra y que penetra por los ventanas secretas. Mente, alma y cuerpo; lo mezquino, malo y doloroso queda con lo demás, abajo entre el cemento y el ruido.




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