Sobre la arquitectura de un Castillo de Naipes


Sobre la arquitectura equilibrada y perfectamente simétrica de un Castillo de Naipes.
Sobre practicar, ensayar y estudiar hasta llegar a la perfecta paciencia aplicada a la geometría
e ir colocando ocho cartas en línea, apoyando sus bases como fuertes pilares unas con otras, formando cuatro triángulos isósceles con lo que ya se puede calcular su altura y final,
dos cartas formando igual que el primer triangulo de la base hará de cúspide,
tocará el cielo de todas sus ambiciones y, a partir de ahí, quedar en las manos del destino
o de un tonto soplido que derrumbará tan bella obra de arte efímera.

El tiempo es relativo, como dijo Einstein y, como una vida, paso a paso,
momento a momento hasta su conclusión y disfrutarla, llegar al clímax o al orgasmo,
al Momento Perfecto de Mapplethorpe, la duración del Do de pecho en el  Nessun Dorma de Puccini, unos segundo en aquel día perfecto de Lou Reed en el parque, esa luz de la tarde, la misma siempre en los planos de John Ford, el último gancho de Alí contra Frazier,
el primer beso con la persona que améis, o la última lágrima de Nexus 6
y, en un lapsus, una corriente de aire derriba el castillo desparramando las cartas en la mesa, quedando el orgullo de haber alcanzado el fin. Ad astra per aspera.

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